La Gaviota Real

Narración novelada de la visita

(DOS RASGOS de “Sissi”, la EMPERATRIZ ENIGMÁTICA en el LEVANTE ESPAÑOL) por Juan Orts Román (1898-1958)

Una tarde de otoño del año 1894 en que la casi siempre quieta bahía de Alicante se agitó como si sobre la bandeja de plata de sus aguas se repujasen movidos los relieves barrocos de veleros y chalupas, realzándose sobre el mar rizado el vuelo de olas de ebúrneos plumajes de las gaviotas concentradas bajo el techo gris de un cielo de bruma que anuncia tempestad, queda anclado no lejos de uno de los cortos brazos del incipiente muelle de la capital levantina un navío extranjero cuya silueta plomiza acusa cierto aire de elegancia: es un buque de tres palos, cuya proa afilada en su total silueta de líneas suaves revela cierta distinción, que no ha pasado desapercibida para las gentes marineras habituadas a la vida del muelle.

Acaba de llegar de arribada forzosa después de haber corrido fuerte temporal más allá de las Baleares donde ha estado a punto de embarrancar, y por lo que se ha oído al primer tripulante que ha bajado a tierra, viaja en él una dama de alta alcurnia, de la más alta alcurnia, pero que no quiere se sepa su condición.

Al poco rato, en las últimas horas del crepúsculo llega hasta el buque un bote ocupado por unos hombres de raros atuendos de los que se destaca uno de ellos, grueso, vestido de uniforme azul marino con gorra de capitán mercante que asciende solo por la escalerilla del navío perdiéndose sobre cubierta como visita de confianza: es el Archiduque austriaco Luis Salvador llegado en la mañana, en su yate, desde el “Miramar” mallorquín, Miramar a donde trasplantó su vida en voluntaria evasión, que ha acudido a saludar a la “dama” que es su egregia prima “ELISABETH” Emperatriz de Austria, esposa de Francisco José, la Emperatriz errante, cuya vida sigue casi al minuto su biógrafo Cesar Conti, y que como se sabe ya en todas partes siempre anda de eterno crucero, movida, empujada por una tristeza infinita y una melancolía infinitas que la mecen sobre la inmensa alfombra verde del tibio “Mare Nostrum”.

Archiduque austriaco Luis Salvador.

Archiduque austriaco Luis Salvador.

Han coincidido, al parecer, en nuestra orilla estos dos personajes extraños y admirables, pero es que el Archiduque ha tenido noticias de la fuerte marejada pasada y ha supuesto el refugio de su andariega prima y anduvo presto a auxiliarla donde suponía encontrarla, porque aparte del próximo parentesco, son los dos como hermanos gemelos en espíritu. Son dos”tránsfugas”, dos “huidos” del lujo y boato de la corte de Viena, que sugestionados y seducidos por nuestro Mediterráneo están perennemente junto a él en constante aventura. Ambos aborrecen la etiqueta cortesana y palatina y han renunciando a ella para vivir una vida independiente toda suya genuinamente romántica y en cierto modo espiritual. Ella se dice que escribe versos, y él ha escrito y precisamente en mallorquín la más extensa y completa historia de las Islas Baleares.

Como era Elisabeth, en qué consistía el hechizo que hizo de su belleza un atractivo universal de su época, eso dice Conti “que ninguna paleta ni ningún cincel, podrán revelarlo jamás”, a pesar de haberla llevado a un lienzo su imagen Winterhalter, añadimos nosotros. Fue rival en belleza de nuestra Emperatriz Eugenia y hasta se dice que vencía en ello a la Condesa de Montijo, que ya es decir. “Era algo característico, pero intraducible. Su imagen se perpetuará de cierto en la leyenda, pero no en la historia.” Sobre su bellísima cabeza se cierne un penacho de luz que rebasa su halo, “sprit” de Emperatriz: es el que le dan sus maneras, su modo de ser, sus costumbres que hacen de ella una criatura humana distinta de las demás y que gana en belleza precisamente por sus continuos infortunios, sus penas infinitas que no logran doblar su figura esbelta de junco.

Retrato de la Emperatriz Isabel de Babiera «Sisi», con traje de estrellas de diamantes, obra de Worth de Franz Xaver Winterhalter (Alemania.1805–1873).

Retrato de la Emperatriz Isabel de Babiera «Sisi», con traje de estrellas de diamantes, obra de Worth de Franz Xaver Winterhalter (Alemania.1805–1873).

Apenas una niña y de modo impensado ha subido al trono del Imperio Austro-Húngaro del brazo del Emperador Francisco José, todo un real mozo abastado de personalidad y de facultades para guiar a su pueblo; y la figura de éste se nos aparece, locamente enamorado de su prima, vestido del rutilante uniforme de Mariscal junto al estribo del landó de ocho caballos ocupado por Elisabeth maravillosamente bella y rodeada por la guardia personal montada con sus pieles de leopardo ceñidas al pecho… Es una visión fugaz de armonías y de color que constituyen una hermosa visión de felicidad.

Unos años después Elisabeth por cuya familia no pasan sino calamidades se ha convertido en una dama enlutada y pálida que, acuciada por el dolor solo tiene ansias de distancias, de huir de todo y de refugiarse en algo superior que la va transformando en un ser anormal… Está reciente el drama de Querétaro con el fusilamiento del Emperador Maximiliano hermano suyo. Todavía siente en su pecho la tragedia del Pabellón de Caza de Mayerling donde su único hijo Rodolfo se ha suicidado después de haber dado muerte a su amante la Condesa Vetsera. 

Maximiliano de Habsburgo.

Maximiliano de Habsburgo.

Un cuñado suyo se ha ahorcado en un Hotel de Zúrich. Su otra hermana la Duquesa de Alençon ha muerto en el incendio del Bazar de Caridad. Su primo Luis II de Baviera, otro brote anormal de su familia, el Rey Loco al que hicieron perder el juicio los imponentes acordes wagnerianos, acaba de morir ahogado en el estanque de Starenberg donde tenía su palacio ofrendado a las más ilusas mitologías germánicas…

Y en sus continuas desesperanzas vuelve a cruzar desvariada el Mediterráneo buscando en la poesía y en el cielo del mar y en el cristal de sus aguas el consuelo de sus males. Y vaga desde su palacio a Constantinopla, y de allí pasa a Egipto, y a Córcega y a Venecia, y a Corinto y Atenas donde quiere revivir los poemas homéricos, y vuelve a Capri y Pompeya, y viene a Granada y a Málaga, donde su silueta esbeltisima de un metro setenta centímetros es tan etérea que apenas si toca el suelo con sus cuarenta y cinco kilos de peso: tipo perfecto, elástico, que sumerge en el mar en todo tiempo; vida de gimnasia, montando a caballo y recorriendo a pie velozmente todos cuantos lugares le pueden interesar…

“Es tan bonita, dice una de sus damas, que ella de por sí llega a operar la fascinación. Porque en Elisabeth, ríen primero los ojos y luego salta la risa a los labios” Alucinada por la inquietud de un mundo mejor pasea siempre con las poesías de Heine a guisa de breviario, subyugada por el paisaje de la Isla de Madera allá va buscando su temperatura deliciosa en invierno, mientras florecen las camelias, y salta luego a Corfú, iluminado de la plata de sus olivares, donde en la cima de la isla edificó su palacio solo por el goce de contemplar el mar desde determinado lugar entre dos cipreses gigantescos bajo el cielo tapizado de estrellas… allí las cristalerías, las vajillas, las ropas sencillas, las mismas porcelanas, todo tiene la impronta de su vagar y de su imperio; todo aparece marcado con el escudo imperial de Austria en el que aparece un delfín, símbolo de Neptuno el dios de las aguas.

Y este romanticismo integral lo lleva a su cuerpo aligerándolo como decimos de todo lo que signifique grasa: se alimenta de modo casi inverosímil, viviendo mayormente de concentrados de leche y de zumo de naranjas. Y en el verano todo su manjar es el helado de jugo de violetas con zumo de limón o de la propia naranja que para ella es el néctar… feminidad altísima, cuidada y superflua de una exquisitez obsesionante que nos deja como alelados cuando creíamos que solo de esos mínimos no se podría subsistir.

Pues bien, y volviendo a Alicante, la Emperatriz que ha pernoctado en su yate la noche de su llegada al puerto alicantino, al día siguiente con su insaciable ansia de conocer algo nuevo ha almorzado con el Archiduque. Ahora a la luz del día, sobre su uniforme azul, lucen los lamparones de grasa, tan característicos en él, sobre su descuidado uniforme, en un hotel de la capital que tiene fama de ser el mejor de todo el reino de Valencia, es la conocida Fonda de Bosio. Y allí después de saborear su frugalísima comida ha probado una fruta nuestra y singularmente levantina en su finura: las granadas de Elche dulcísimas y sin pipa que tienen un color rosado de pálidos rubíes. Y, tan de su gusto han sido, que ha mandado recoger una buena provisión de ellas para sus caminos. Y al marchar, llamando a Bosio le ha ordenado que sin falta le mande a Viena un cajón de las mismas pues ha sido para la señora el descubrimiento de uno de sus más caros alimentos.

Fonda Bossio de Alicante en 1910. Archivo Municipal de Alicante.

Fonda Bossio de Alicante en 1910. Archivo Municipal de Alicante.

Así lo promete el bueno de Bosio que al recibir unas semanas después una cuantiosa suma de “gulden” para comprarlas, agobiado por tanto dinero adquiere una hermosa arca de maderas finas con goznes y cerraduras de plata dentro de la cual van para la ciudad de los valses nuestras sabrosas granadas, quizás para ser consumidas en las famosas jaleas de que tanto gustaba Elisabeth. Pasa el tiempo y el fondista después del envío ha quedado perplejo por si por su proceder de derroche merece una reprimenda, se encuentra con que un día recibe una carta dándole la gran dama las gracias y con ella un paquete que contiene… ¡una condecoración!

Pero la sed de novedades en la egregia mente no se acaba nunca. Y después de este almuerzo con su primo al saber que cerca en Elche, donde pregonan la patria de las ricas punicáceas está además el mayor palmeral de toda Europa en un trasunto de Palestina, le falta tiempo para ir a la villa para admirar el boscaje; ella que ama tanto la selva. Es un viaje arrebatado, llevado a cabo “velozmente” en el tren, donde la Emperatriz se extasía ante la elegancia cimbreña de las datileras. Y allí, alguien le apunta que existe un fenómeno rarísimo de palmera, cultivado por un capellán, en forma de candelabro natural, algo único en el mundo. Y Elisabeth, que viaja de riguroso incógnito pero acompañada de un corto séquito del Archiduque y unos cuantos aristócratas alicantinos, va al Huerto donde recibe el homenaje del Alcalde y del Cura, Mosén Castaño, el cual al preguntarle la gentil Señora el porqué de semejante pujanza que alimenta ocho hijos todos iguales de un solo tronco macho, que además los sustenta, escucha confuso y emocionado:

Padre Castaño, esta palmera tiene una fuerza y un poder dignos de un Imperio. Póngale, póngale un nombre, porque es digna de ser célebre.

Y el buen capellán, atolondrado, no se da cuenta hasta mucho después que la Emperatriz en cierto modo se incorporó el fenómeno que ya adquiría nombradía universal en la hoy tan conocida y célebre Palmera de los ocho brazos del Huerto del Cura ilicitano.

Unos años después, al crepúsculo de otra tarde, el sol poniente dorará el candelabro vegetal con resplandores fosforescentes y funerarios….. allá en Ginebra el anarquista Lucheni acaba de traspasar el corazón de la pobrecita “Sissi” con un estilete en un crimen bestial, horrendo: el cuerpo juncal de la bellísima Emperatriz, con su sombrilla de andariega más que gentil, ha quedado clavada a la historia como la más bella mariposa del más curioso de los entomólogos. Abierto su testamento, todo él ológrafo con un cierto sabor de desvarío literario, aparecerá en él un sello como nota distintiva: en él figura en vuelo airoso una larga y finísima gaviota.

Y la palmera descomunal la bautizará Mosén Castaño con un nombre
de recuerdo: se llamará ya siempre “La Palmera Imperial”.

© Huerto del Cura, S.L

Documento original escrito por Juan Orts Román a máquina con anotaciones manuscritas